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realmente. -¿Quiere usted decir que ella hizo algo malo? -preguntó un momento después. -¡No permita Dios que yo diga tal cosa, ni es asunto mío! Además, si lo hizo -añadí, riendo-, fue en otras épocas, en otro mundo. Pero, ¿por qué no había de destruir sus papeles? -Ah, los quiere demasiado. -¿Incluso ahora, cuando puede estar cerca de su final? -Quizá cuando esté segura de eso sí querrá. -Bueno, señorita Tita -dije-, eso es exactamente lo que me gustaría que usted impidiera. -¿Cómo puedo impedirlo? -¿No podría usted quitárselos? -¿Y dárselos a usted? Eso ponía el asunto en toda su crudeza, aunque estoy seguro de que no había ironía en su intención. -Bueno, quiero decir que podría dejármelos ver y mirarlos despacio. No es para mí; no hay avidez personal en mi deseo. Es sencillamente que serían de un inmenso interés como contribución a la historia de Jeffrey Aspern. Me escuchó con su actitud habitual, como si mi discurso estuviera lleno de referencias a cosas de que ella nunca había oído hablar, y yo me sentí especialmente como el reportero de un periódico que se abre paso a la fuerza a una casa donde ha muerto alguien. Ese fue especialmente el caso cuando dijo al cabo de un momento: -Hubo un caballero que le escribió hace tiempo con palabras muy parecidas. También quería los papeles. -¿Y ella contestó? -pregunté, bastante avergonzado de mí mismo por no tener su rectitud. -Sólo cuando él escribió dos o tres veces. Se puso furiosa con él. -¿Y qué dijo? -Dijo que él era un diablo -respondió la señorita Tita, con sencillez. -¿Usó esa expresión en su carta? -Ah, no, me la dijo a mí. Me hizo escribirle. -¿Y qué dijo usted? -Le dije que no había papeles en absoluto. -¡Ah, pobre señor! -exclamé. -Sabía que sí los había, pero escribí lo que ella me mandó. -Claro que tenía que hacerlo. Pero espero no pasar yo por un diablo. -Dependerá de lo que me pida que haga por usted -dijo la señorita Tita, sonriendo. -¡Ah, si hay una probabilidad de que usted lo piense así, mi asunto está en mal camino! No le voy a pedir que robe por mí, ni aun que mienta, pues usted no sabe mentir, a no ser en el papel. Pero lo principal es esto: evitar que ella destruya los papeles. -Bueno, no tengo dominio sobre ella -dijo la señorita Tita-. Es ella quien me domina. -Pero ella no domina sus propios brazos y piernas, ¿verdad? El modo como destruiría sus cartas sería naturalmente quemándolas. Ahora, ella no puede quemar sin fuego, y no puede obtener fuego si usted no se lo proporciona. -Siempre he hecho todo lo que ella ha pedido -replicó mi compañera-. Además, está Olimpia. Estuve a punto de decir que Olimpia probablemente era corruptible, pero pensé que era mejor no tocar esa tecla. Así que simplemente pregunté si no se podía manejar a esa fiel doméstica. -Mi tía puede manejar a todo el mundo -dijo la señorita Tita. Y entonces observé que su vacación se había acabado; debía volver a casa. Le puse la mano en el brazo, a través de la mesa, para retenerla un momento: -Lo que quiero de usted es una promesa en general de ayudarme. -Ah, ¿cómo puedo, cómo puedo? -preguntó, desconcertada y agitada. Estaba medio sorprendida y medio asustada por mi deseo de que ella tomara parte activa. -Eso es lo principal; observarla cuidadosamente y avisarme a tiempo, antes que cometa ese horrible sacrilegio. -No puedo vigilarla cuando me hace salir. -Eso es muy cierto. -Y cuando usted sale también. -Pobres de nosotros, ¿cree que habrá hecho algo esta noche? -No sé; es muy astuta. -¿Trata de asustarme? -pregunté. Me pareció que esa pregunta quedaba bastante respondida cuando mi acompañante murmuró en un tono caviloso, casi envidioso: -¡Ah, pero ella los quiere mucho, los quiere mucho! Esa reflexión, repetida con tal énfasis, me dio mucho consuelo, pero para obtener más de ese bálsamo dije: -Si no piensa destruir los objetos de que hablamos antes de su muerte, probablemente habrá hecho alguna disposición en su testamento. -¿Su testamento? -¿No ha hecho testamento a favor de usted? -Bueno, ¡tiene tan poco que dejar! Por eso le gusta el dinero -dijo la señorita Tita. -¿Podría preguntarle, puesto que estamos hablando realmente de todo, de qué viven ustedes? -De algún dinero que llega de América, de un abogado. Lo manda cada trimestre. ¡No es mucho! -¿Y no habrá dispuesto nada sobre eso? Mi acompañante vaciló: vi que se ruborizaba: -Creo que es mío -dijo; y la cara y el acento con que acompañó esas palabras revelaban tanto la falta de costumbre de pensar en sí misma, que casi la consideré encantadora. Inmediatamente añadió-: Pero ella tenía un abogado una vez, hace mucho tiempo. Y vino alguna gente a firmar algo. -Probablemente eran testigos. ¿Y a usted no le pidieron que firmara? Bueno, entonces -argüí, rápido y lleno de esperanza-, es porque usted es la legataria; ¡le ha dejado todos los documentos a usted! -Si lo ha hecho así, es en condiciones muy estrictas -respondió la señorita Tita, levantándose rápidamente, mientras ese movimiento daba a sus palabras cierto carácter de decisión. Parecía implicar que el legado iría
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Cytat |
Dobre pomysły nie mają przeszłości, mają tylko przyszłość. Robert Mallet De minimis - o najmniejszych rzeczach. Dobroć jest ważniejsza niż mądrość, a uznanie tej prawdy to pierwszy krok do mądrości. Theodore Isaac Rubin Dobro to tylko to, co szlachetne, zło to tylko to, co haniebne. Dla człowieka nie tylko świat otaczający jest zagadką; jest on nią sam dla siebie. I z obu tajemnic bardziej dręczącą wydaje się ta druga. Antoni Kępiński (1918-1972)
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