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paraguas, cuando decía que todos íbamos a votar se le notaba que no servía, él, ni para votar ni para mandar. Casualmente, ayer una mina me regaló un paraguas dijo y señaló la silla junto a mi escritorio donde colgaba 133 un en tout cas fabricado en Japón. Después dijo que me había hecho un cuadro y me alcanzó un papel con el dibujo de un Harrier. Quise ver las primeras ciento treinta y tres páginas con Thony, que comenta libros en el diario de la Marina. Él le pasó la ilustración del Harrier a Moreno, que sabe de armas y comentó que el dibujo se ajustaba perfectamente a las características del nuevo prototipo de Sea Harrier inglés, que todavía no fue usado en acciones de guerra. Pero él varias veces había visto uno. "Siempre el mismo", decía. Caminaba por el sendero que une el punto de encuentro con los de Intendencia y el campamento británico de la estancia de Percy. Allí lo sorprendió el amanecer y debió quedarse entre las piedras para no ser baleado por algún loco de esos 88 que seguía, en medio de la guerra, probando puntería contra cualquier cosa en movimiento, y para no delatar la entrada de la Pichicera, que sólo los pichis y unos pocos británicos conocían. Acampó en la cuesta de un cerrito y se cubrió con una manta de color piedra, entre las piedras. Se dejó dormir, sabiendo que cada hora las ganas naturales de fumar lo despertarían, y que al oscurecer lo desvelaría el golpe de negrura que se produce cuando el sol se oculta bajo el cerro trayendo el frío que llama a volver al calor con los pichis. Dormía esa vez, y no lo despertó la oscuridad ni el hambre de fumar. Lo despertó el bramido de un Harrier. Llegaba velozmente, volando bajo, se acercaba más rápido que un Pucará y que cualquiera de los aviones que había visto despegar en la pajarera. El Harrier tenía el número 666. Él ya lo conocía: varias veces le había hecho lo mismo: se acercó velozmente y cuando estuvo encima de su guarida camuflada, a no más 134 de cien metros de altura, se detuvo en el aire, apagó los motores, se hizo silencio y empezó a bajar despacito, sin ruido, siempre quieto en su posición horizontal, y mudo hasta casi posarse encima de él. Volando o en combate parecen chicos. Son chicos: más chicos que un avión chico de pasajeros, de esos de Austral, de cabotaje. Pero cuando se frenan en el aire y apagan los motores y se dejan caer de a poco encima de uno, crecen los Harrier: se hacen gigantes y los ves cómo una mosca debe mirar a un pájaro o como un punto de mi firma aquí en la hoja, debería ver, sí viera, al Harrier que pinté la otra mañana dijo, señalando el dibujo. Entonces comenzaba la batalla. Siempre era el mismo Harrier, el número 666. Para él, era una guerra individual. "En miniatura", dijo. El Harrier se frenaba en el aire, flotaba a diez metros sobre su cabeza y después levantaba la cola, hasta que la proa quedaba enfilando a su guarida, y él pensaba que si decía algo, si se movía, respiraba fuerte o miraba a la visera negra del casco del piloto, el Harrier se iba a tirar sobre él, o le iba a disparar los cohetes encima, o peor, se iba a abrir para chuparlo y triturarlo en las turbinas para llevar sus pedacitos como alimento a otros Harrier más chicos que debía haber en la bodega del portaaviones. No respiraba él. Dejaba que se apagara solo el cigarrillo. No se movía. Quería gritar. Sentía esas ganas de gritar "mamá" que comentó en otras sesiones, pero callaba. Sólo sudaba un 135 sudor frío que en el frío brotaba de la ropa de abrigo inglesa que tanto trabajo le había dado conseguir. 89 Peor que la guerra, esa guerra de nervios: ¿quién aguanta más, yo, sudando frío, o el Harrier con los motores callados? Las varias veces que me buscó, se la aguanté y gané, gané yo porque aguanté siempre grabó. Y después volvió a grabar, respondiendo a algo que hablábamos: Cómo "¿por qué lo hacían?". ¿No lo ves? ¿Qué querés que te diga? Si querés que diga algo, para hacerte un favor, lo digo, pero vos sabes bien por qué lo hacían. Te colocan así, abajo del avión, lo hacen crecer, lo hacen bajar arriba tuyo y lo hacen que apunte a vos y que siga creciendo para que sepas que ellos mandan las proporciones, que ellos pueden moverlas como quieren. Que mandan. Ése es el método que tienen ellos. ¿O te crees que la guerra es tirar y tirar? La guerra es otra cosa: ¡es método! Y ellos tenían el método dijo. Método grabó mi voz. Te lo digo distinto explicaba él , es como les hacía el Turco a todos. Si a él le sobraba querosén, hacía correr la bola de que precisaba querosén, que se acababa el querosén, que todos daban cualquier
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Cytat |
Dobre pomysły nie mają przeszłości, mają tylko przyszłość. Robert Mallet De minimis - o najmniejszych rzeczach. Dobroć jest ważniejsza niż mądrość, a uznanie tej prawdy to pierwszy krok do mądrości. Theodore Isaac Rubin Dobro to tylko to, co szlachetne, zło to tylko to, co haniebne. Dla człowieka nie tylko świat otaczający jest zagadką; jest on nią sam dla siebie. I z obu tajemnic bardziej dręczącą wydaje się ta druga. Antoni Kępiński (1918-1972)
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